Hijos de Dios, que trabajan en su viña



— El evangelio de la Misa del próximo domingo nos presenta una parábola de Jesús de la que podemos aprender mucho: 28 "¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: "Hijo, vete hoy a trabajar en la viña". 29 Pero él le contestó: "No quiero". Sin embargo se arrepintió después y fue. 30 Se dirigió entonces al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: "Voy, señor"; pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? -El primero -dijeron ellos. Jesús prosiguió: -En verdad os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios (Mt 21,28-31).
— Para hablar de sus relaciones con los hombres, Dios usa la imagen de un padre con sus hijos. ¡Qué paz y serenidad da saber que no estamos solos sino que tenemos un Padre en los cielos que nos quiere, nos cuida y nos protege! No es un juez vengativo, ni alguien que está a la espera de ver en qué fallamos, sino alguien que nos quiere, nos cuida, nos consuela, nos ama, y está dispuesto a ayudarnos a encontrar el camino de la felicidad. Aunque, como los padres, sepa que a veces nos viene bien un cachete suave que nos haga reaccionar.
— San Josemaría nos recuerda algo que es fundamental en la vida cristiana: Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. / Y está como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos–, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. / ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! –Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! / Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos (Camino, 267)
— El cristianismo no es una religión de esclavos, sino de hijos. Hijos de Dios y por tanto hermanos de todos los hombres. A todos queremos, nadie nos puede resultar indiferente. Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado dice Jesús. Amar a los demás es hacernos cargo de su situación y poner todo lo que está a nuestro alcance para ayudar, en lo material y en lo espiritual.
— Hay tanta gente en dificultades en todos lugares del mundo. ¿Quiero vivir de espaldas a tanta gente que me necesita, y que agradece cualquier pequeño detalle que tenga por servir? Jesús enséñame a ser un buen hijo tuyo, a amar como tú, hasta dar la vida si fuera necesario. Pero sobre todo dando cada día lo que podemos: nuestro tiempo de estudio para formarnos bien, nuestra oración, nuestro empeño por ser mejores, …
— El Evangelio nos presenta, recordemos, a dos tipos de personas y dos modos de reaccionar ante una invitación a algo bueno, pero que rompe los planes que uno tenía: –¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero". Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor". Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: –El primero (Mt 21,29-30).
— Hay personas como el hermano mayor que al principio parecen entusiastas y dispuestas a todo, les gusta quedar bien y aparentar que hacen algo, pero que a la hora de la verdad no sirven. Se escapan, no aparecen donde se las necesitan, desconectan de las necesidades de los demás para dedicarse sólo a lo suyo.
— También hay otros que tienen su genio, su mal genio, y lo sacan pronto cuando algo no les gusta. Pero son generosas y tienen buen corazón. Saben recapacitar, y cambiar sus decisiones iniciales que eran egoístas, para servir con sencillez y sin protagonismo. No les importa quedar bien sino servir.
— ¿Cómo soy yo? ¿Cómo me gustaría ser? Jesús nos urge a no ser hombres que sólo hablan, sino que se piensan las cosas y toman las decisiones adecuadas.
— Además, podemos estar tranquilos. Somos hijos de Dios, y aunque las cosas no las hagamos bien a la primera, siempre nos comprende y nos perdona. Pero no lo dejemos solo, que nos necesita para hacer el bien a mucha gente en el mundo.
— También somos, de otro modo, hijos de Santa María. A ella le pedimos que, como buena madre, nos eduque y nos enseñe a dominar nuestro carácter y a servir de verdad.

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